domingo, 25 de octubre de 2009

¿Métodos de la vieja escuela? No gracias

Se habla últimamente acerca de los problemas que padece el sistema educativo en nuestro país, debidos tanto por la baja calidad de la enseñanza como por la indisciplina dentro de las aulas. Indiscutiblemente, dicho sistema educativo español en general y catalán en particular es de los peores de Europa. Y eso es algo que a mí, particularmente, no me sorprende.
En la comunidad de Madrid, la presidenta Esperanza Aguirre pretende arreglar las cosas mediante la mano dura de la vieja escuela. Es decir, que el profesorado tendrá la categoría de autoridad policial y ante cualquier incidente, la palabra del maestro tendrá siempre prevalencia sobre la del alumno. Admito que realmente hay alumnos conflictivos que son para “darles de ostias”, pero la paz, el orden, el respeto, la obediencia y la aplicación no deben de ganarse mediante la ley del garrote.
En el momento de publicar este escrito, mi edad es de 38 años, es decir, que pertenezco a una generación que llegó a vivir las últimas reminiscencias de la vieja escuela, y no es precisamente algo agradable. Los ocho años de EGB los cursé en un colegio público cercano a mi domicilio y que no voy a nombrar para evitar parecer que hago una campaña de desprestigio hacia este centro, hoy día muy diferente a lo que fue, afortunadamente. Fueron ocho años de “bulling” tanto por parte de algunos profesores como por parte de una serie de compañeros de clase. Tampoco diré nombres de nadie pero si alguna vez llegan a leer esto tal vez se sientan aludidos. Lo siento pero deben de entenderlo porque fueron tiempos que formaron parte de mi vida. Yo puedo perdonar los daños recibidos, especialmente si ellos alguna vez tuviesen la nobleza de disculparse y mostrar arrepentimiento, pero nunca olvidar. Son una clase de heridas que en realidad nunca terminan de cerrarse. Siempre queda algo.
La propuesta de Esperanza Aguirre es letal. En primer lugar, porque los alumnos conflictivos no se verán afectados, ya que la mano dura no les hará cambiar su manera de ser. Yo recuerdo en mi colegio como los gamberros de la clase lo fueron siempre, desde primero hasta octavo curso. Algunos de ellos llegaban a acostumbrarse a ser pegados por los profesores, hasta el punto de que ya ni siquiera lloraban. Se volvían insensibles y aquello no era otra cosa más que un trámite momentáneo por el cual tenían que pasar. Y en segundo lugar, porque los alumnos más sensibles y bonachones lo padecerán mucho y para ellos ir a la escuela se convertirá en ir a un infierno diario. Serán la parte más fina de la cuerda que se rompe al estirarla. Se darán muchos casos de injusticia, ya que al pretender que prevalezcan los argumentos del profesor, representará que este siempre tendrá la razón aunque esté equivocado, lo que dejará a los alumnos indefensos, desprotegidos y desamparados.
En mi escuela eran muchos los profesores que en base a esta superioridad preestablecida abusaban de su autoridad. Solucionar las cosas a base de gritos y garrotazos estaba al orden del día. Era la política del miedo, con espíritu militarista. El problema añadido era que, además, se inculcaban y se asimilaban valores equivocados. No se estimulaba la autoestima y el afán de esfuerzo y superación. Cuando un alumno sacaba buenas notas era porque era superior, más inteligente y capacitado. Sin embargo, cuando un alumno era un zoquete, no se analizaban las causas de su bajo rendimiento y desinterés. En vez de animarle, darle una atención personalizada, hablar con él sobre sus problemas desempeñando un papel de psicólogo, hacerle ver que nadie es superior a nadie y que todos tenemos nuestras virtudes con las que sacar buen provecho en la vida, el profesor se limitaba a humillarle delante de la clase, a decirle que era un tonto, un inútil, un incapacitado, un holgazán que no servía para nada ni sabía nada, un ser inferior en definitiva con respecto a los empollones. Ello generaba en el alumno timidez, complejos varios, inseguridad y una desvalorización progresiva así como pérdida de autoestima, aparte de llegar a ser objeto de burla de algunos compañeros de clase, con lo cual se reforzaba todavía más la idea de que valía poco o nada. En definitiva, apología del miedo, de la violencia, de la venganza, del autoritarismo y del clasismo social.
Los mejores maestros que tuve, y a ellos sí que los nombraré porque se lo merecen, con sus cualidades y sus defectos, porque sé que eran buenas personas y se preocupaban por sus alumnos: al señor Ramón de 1º curso, la señorita María Frutos de 3º curso, a la joven e ingenua señorita Marta de catalán de 4º curso (a la que nadie hacía caso), a la señorita Felicitas de 5º curso (llamada por todos como “la Feli”), a la señorita Conchita de religión de 5º curso, a la señorita Montse de sociales de 7º y 8º curso, al señor Marco de matemáticas de 7º y 8º cursos, y sobre todo al señor Antoni Marí de catalán de 6º curso y francés de 8º curso que fue, sin duda alguna, en muchos aspectos, el mejor de todos. Algunos de ellos todavía viven y otros no, pero se encuentren aquí o allí vaya para ellos los mejores de mis recuerdos y mis más entrañables sentimientos.
Al resto, prefiero no citarlos a pesar de no guardarles rencor. Tal vez creían de buena fe que la manera de hacer su trabajo era la correcta para el bien del alumnado. Al menor prefiero pensarlo así. De ellos recuerdo muchas cosas: de la señorita D. de 2º curso con la que aprendí a dividir a base de cachetes; del señor B. de 4º curso que tenía afición a que te apuntaras a la pizarra y llamarte holgazán (de tanto en tanto salía fuera de clase a escupir un sipiajo en un pequeño desagüe situado al lado del aula); de la señorita M. de catalán de 5º curso, sus castigos escritos y sus negativos; del señor J. de matemáticas de 6º curso que atemorizaba a quienes no sabían hacer el sistema métrico decimal; de la señorita P. de 6º curso, que se pasó el año humillándome por mi timidez, riéndose de mí y tratándome como una mierda (en 7º curso algo le sucedió que no daba golpe hasta que fue expulsada del colegio); de la inefable señorita MCB. de ciencias naturales de 6º, 7º y 8º, que antaño se hacía llamar “la sargento” y advertía del mal genio que tenía (aunque yo me pasé sus clases riéndome solo); y de la también inefable señorita A. de lenguaje de 7º y 8º, una pobre mujer resentida, depresiva y amargada de la vida, que disfrutaba escarmentado y suspendiendo a la gente, y siempre que entraba en clase se quejaba de alguna cosa, la alegría de la huerta.
Son muchísimas las anécdotas que podría contar de mis ocho años de estancia en este colegio, incluyendo el acoso de algunos compañeros de los que sufrí insultos, amenazas, robo de pertenencias (lápices, gomas, compases, reglas…), vandalismo (rotura de tus pertenencias), humillaciones y agresiones, e incluso tener que fingir ser tonto e inútil para no recibir la paliza de algún abusaenanos. Dos de ellos destacarían: un tal M.A.O.F. de quien nos reíamos sus payasadas en clase pero que de tanto en tanto tenía el capricho de pegarme sin motivo aparente; y un tal F.J.M.P., el empollón de la clase, un pelotas odiado por la mitad de la clase y un excelente prototipo de neofalangista, que por su mentalidad y trato que recibías de su parte hubiese sido digno sucesor de alguna formación política ultraderechista.
Sin embargo, tengo muy buenos recuerdos de la mayoría de compañeros de clase, afortunadamente, los cuales fueron testigos de mis sufrimientos y yo de los que ellos padecieron porque no fui la única persona acosada en diversas ocasiones. Así, un entrañable recuerdo y vaya también para ellos un cordial saludo. Todos/as nosotros/as somos testigos de unos tiempos que jamás deben de volver a repetirse.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Memorias de un cinéfilo de estreno I: presentación

Damas y caballeros amantes del séptimo arte, amigos y amigas del alma: finalizada la anterior serie dedicada a los cines de barrio y de reestreno, ahora tengo el gusto de presentaros la nueva serie dedicada a los cines de estreno que han formado parte de mi vida desde mi infancia hasta la madurez. Sin embargo, lo que voy a narrar de ahora en adelante serán unas historias diferentes a las contadas hasta el momento, tal vez un poquito menos entrañables y simpáticas, sencillamente porque la historia de un cine de estreno del centro de Barcelona nunca puede ser igual a la de un cine de reestreno de barrio. Se trata de otra clase de público, de otra clase de películas, de otro espacio geográfico y de otro tipo de locales de proyección. Y como consecuencia, han incidido forzosamente de manera diferente en la vida personal desde una perspectiva psicológica, emocional, formativa e incluso (por qué no) espiritual. Pero ello no significa que no se puedan contar anécdotas divertidas e interesantes, pues de todos aquellos locales cinematográficos que han formado parte de tu vida siempre queda aquel regusto tan especial único e irrepetible.

Las salas de estreno de Barcelona se han ubicado en su gran mayoría (salvo excepciones) en el casco antiguo y en el sector de l’Eixample. De allí nacieron los primeros llamados cinematógrafos, también llamados elegantemente salones de cinematografía. Hay constancia de que en la plaza de Catalunya, en el año 1895, se hicieron las primeras exhibiciones del Kinetoscope de Edison. En el año siguiente el cine llegó oficialmente en Barcelona por obra y gracia de Antonio Fernández, un fotógrafo de origen manchego apodado profesionalmente como Napoleón. Su local estaba ubicado en la Rambla.


Entrados en el nuevo siglo XX, proliferaron nuevas salas cinematográficas más estables y de nueva generación con un confort y unos medios técnicos superiores a los primitivos locales de finales del siglo XIX. Además, enseguida tuvieron un notable éxito de público debido a que se trataba de una innovación tecnológica, de una nueva forma de ocio y entretenimiento, y con la ventaja de que la entrada era más barata que el teatro y la oferta era cuantiosa en cuanto a variedad de películas se refiere. Ello llegó a hacer temblar a los propietarios de los teatros, los cuales creían que se trataba de una competencia que llegaría a hundirlos. Si en 1909 había entre cuarenta y cincuenta cines, en 1915 se superaban los 130.

Después del certamen de la Exposición Internacional de 1929 se abrieron nuevas salas de cine que alternaban la exhibición de películas con espectáculos de varietés, como circo, ópera, bailes, conciertos, cantantes, actuaciones de cómicos y magos, etc. En 1930, el cine Coliseum estrenó la primera película sonora con gran éxito de público y veintiuna semanas en cartel: “El desfile del amor”. Durante los años de la Segunda República, abrieron nuevas salas de cine de moderno diseño funcional inspirado en la arquitectura racionalista, que rompieron con los clásicos diseños anteriores. Terminada la Guerra Civil, bajo el régimen franquista, las salas de cine continuaron exhibiendo películas y además se abrieron nuevas salas a pesar de los problemas económicos de la posguerra. Las antiguas salas clásicas de principios de siglo fueron cerrando sus puertas para dar paso a cines más modernos.

La cadena de cines de la empresa Balañà llegó a ser la más importante de la ciudad, siendo su época de gloria durante los años sesenta y setenta, disponiendo de las mejores salas de estreno, más confortables y pioneras en avances tecnológicos para proyecciones cinematográficas. Fueron los tiempos de las grandes salas denominadas cinerama o vistarama, con unas pantallas notablemente más grandes que las de un cine convencional. También llegaron mejoras en el sistema de sonido. A partir de la década de los sesenta abrieron los primeros cines de arte y ensayo, donde se proyectaban películas menos comerciales, minoritarias o “alternativas”. En los años setenta, algunas de las viejas salas del centro de Barcelona quedaron anticuadas y terminaron por cerrar por falta de rentabilidad comercial. Vino la crisis del cine que se prolongó durante los años ochenta e incluso se hablaba de que todas las salas de cine de Barcelona cerrarían para siempre. En dicha década, para ganar público, se apostó por la reconversión de las grandes salas cinematográficas en multicines, de manera que en un solo local se multiplicaba la oferta de películas. Un nuevo sistema de atracción de usuarios fue el llamado “día del espectador” que ofrecía un día a la semana un precio reducido de la entrada.

Paralelamente, durante la misma década de los ochenta algunas salas de cine se convirtieron en “salas X” de exhibición de películas porno, hoy día todas cerradas por la competencia de los sex-shop y el fácil y económico acceso a los videos/DVD y a Internet. Durante los años noventa, abrieron multisalas por los barrios periféricos de Barcelona y en las ciudades del extrarradio, muchas de ellas integradas en grandes superficies comerciales y centros de ocio. Actualmente, prácticamente la totalidad los cines de Barcelona son de estreno, pero numéricamente no son precisamente muchos los que hay abiertos. La mayoría son multisalas y las antiguas salas únicas que todavía quedan abiertas tenderán a desaparecer o a reconvertirse si quieren subsistir.

Brevemente resumida la historia del cine de estreno en Barcelona, y repescando el hilo anterior, deciros que en el presente blog voy a hablar de aquellos cines de estreno en los que he asistido asiduamente o solo en alguna esporádica ocasión, tanto actuales como desaparecidos o reconvertidos. Hago especial referencia a los cines ABC, Alcázar, Aribau, Aribau Club (antes Dorado y Club Doré), Astoria, Atenas, Bailén, Balmes, Bosque, Capitol, Cataluña, Club Coliseum, Coliseum, Comedia, Fantasio, Florida Cinerama, Lauren Universitat (antes Pelayo y Petit Pelayo), Maryland, Novedades, Palacio del Cinema (antes Pathé Palace), Regio Vistarama Palace, Savoy, Tívoli, Urgel, Vergara y Waldorf. De manera conjunta, en un solo capítulo haré mención de las actuales multisalas, de las cuales prácticamente no hay historia y distan muchísimo de tener aquel sabor tan especial que la gente cinéfila conoce.
Así que, damas y caballeros, amigos y amigas, suban de nuevo al tranvía 48 y viajen por la nueva ruta que os descubrirá la historia, las anécdotas y las vivencias de los cines de estreno.

jueves, 8 de octubre de 2009

La fiesta del genocidio y el mito de la España uniforme

Otro año más se nos acecha cada 12 de octubre con el Día de la Hispanidad. Es la fiesta mayor de España, en la que se celebra el descubrimiento del continente americano y la extensión del llamado Imperio Español, a base de cometer un enorme genocidio. Luego ellos se ríen de los catalanes cuando estos celebran la Diada del 11 de septiembre porque se conmemora una derrota. Sin embargo, festejar el exterminio de unas civilizaciones, unas razas y unas culturas no parece tener nada de vergonzoso ni de anormal. Bueno, son cosas de la vida.
Y lo mismo se podría decir de los países vecinos que conmemoran como algo glorioso y su expansión por el globo. Me refiero a los ingleses hacia Norteamérica, Oceanía y un sinfín de colonias en otros continentes, a los franceses por el sector ecuatorial de África, los portugueses por Sudamérica, los holandeses por las Antillas, etc, etc. Qué bonito es celebrar que el continente europeo masacrara al resto del planeta solo porque eran diferentes. Pues claro, qué se habían creído ellos de haber nacido con un color de piel distinto al blanco, de concebir las divinidades celestiales distintas a Jesucristo, de hablar en unos idiomas tan complicados de entender, de tener una moral y unos valores completamente análogos a los desarrollados por los ilustres filósofos de la antigua Grecia y de vestir diferente, pintarse la cara o ir completamente desnudos en vez de dotarse de las últimas tendencias en moda de abrigos, pantalones y zapatos.
Y los prejuicios siguen y siguen, ya que la desgraciada tendencia no confesada de muchas personas hoy día es pensar que a los moros y a los indios hay que matarlos a todos. Y en el caso de España, el Día de la Hispanidad es la reafirmación del nacionalismo español que obra impunemente cuando quiere. Su objetivo, "inventar" un país que no existe y que nunca ha existido. Esa es la premisa de todos los nacionalismos de estado, pues se fundamentan en una utopía, en un modelo que nunca podrá existir porque la evolución de la sociedad es inevitable y mucho más rápida que los meros idealismos, los patriotismos y las leyes.
La finalidad es crear un territorio uniforme con un "ejército" de personas-robots "de para la patria" con una sola lengua (el castellano), una sola personalidad (la española), una sola creencia (católica) y una sola cultura (los toros y el flamenco). Y así, todo el mundo contento y sin el "problema" de la diversidad que tanto molesta y debilita el país, según se cree.
¿Es eso amor real a España? Rotundamente no. El franquismo, durante sus casi cuarenta años de mandato, lo intentó y fracasó. Para quien tenga un poco de sentido común, se habrá dado cuenta de que esa España nacional nunca existió y el proyecto de estado se cimentó sobre una base de ficción y fantasía. No cabe la menor duda: ningún dictador puede amar a su país, porque someterlo al autoritarismo no es un gesto precisamente de estima. ¿Acaso un maltratador que le propina palizas a su mujer es un ejemplo de buen amante? Entonces la respuesta es muy clara y obvia. Que los nacionalistas españoles son en realidad antiespañoles y separatistas es algo tan obvio como que dos y dos suman cuatro.
Los nacionalistas españoles son antiespañoles porque no quieren a la España real, sino una que ellos inventan y creen que existe cuando no es así. Mal que les pese, España es plurilingüe (como mínimo se habla castellano, catalán, euskera, gallego, aragonés y bable, además de la infinidad de lenguas importadas por la inmigración), con una gran variedad de sentimientos de pertenencia (que no implican la renuncia a sentirse o a ser españoles), sin religión oficial (cada uno cree en lo que quiere y como quiere) y multicultural (también existe la sardana catalana, las cursas de caballo de trote mallorquín, la jota aragonesa y asturiana, el chotis madrileño, los conciertos gaiteros gallegos, los bailes regionales castellanos… además de los toros, el flamenco, la guitarra y las sevillanas como nos quieren hacer creer). Si esa es la España real, parece lógico que alguien que se siente español y "ama" a su patria respete todo esto, lo fomente y se sienta orgulloso de ello, porque de lo contrario supondría una destrucción. La verdadera desmembración o rotura de España es la que pretende tapar esa realidad para inventarse otra. Lo entienden todo al revés porque unidad es diversidad y desmembración es uniformidad. Personalmente, solamente me puedo sentir español de la España real. De la España nacional en absoluto, y aunque quisiera no podría por la sencilla razón de que no existe y nunca ha existido. Para mí, forzarme a ello sería como si tuviese que sentir amor patrio hacia el planeta Vulcano (de nuestro querido señor Spock de Star Treck), hacia Alderaan (tierra donde se crió la princesa Leia de Star Wars) o hacia Mongo (gobernado bajo la tiranía del príncipe Ming, de la serie Flash Gordon). Es decir, hacia una fantasía, hacia algo que no existe, hacia el país de las maravilla de Alicia.
Los nacionalistas españoles son también separatistas, más que muchos independentistas vascos y catalanes por su repudia hacia Euskadi y Cataluña. Resulta un poco contradictorio que "amen" a toda España menos a estos dos territorios. En vez de gritar "arriba España" deberían gritar "arriba el 80% de España" o algo parecido. O sea, ¿se quiere a un país y luego se hacen excepciones? Que cosas más raras tiene esta gente. A veces dicen "mal que les pese, los catalanes están en España" y otras veces "aquello es el extranjero". Pero bueno, eso es de risa. ¿En qué quedamos, Cataluña y Euskadi son de España, sí o no, o solo a ratitos? Decídanse por favor, porque al final ni yo sabré a dónde pertenezco.

Otra estrategia muy frecuente hoy día de un fascista españolista es "no salir del armario", no precisamente en el sentido gay de la expresión. Con ello hago referencia al hecho de que muchos nacionalistas españoles van de antinacionalistas, pero en realidad solo son antinacionalistas catalanes y vascos, pero no estatales, y encima no lo reconocen. Y los peores de todos son los que encima se las dan de izquierdas y progresistas y hablan de un fascismo catalán y vasco cuando en verdad lo son ellos. Es decir, pretenden hacer creer que se puede ser anticatalán y antieuskera y ser de izquierdas, y algunos te responden que "tener diferencias con catalanes y vascos no me convierte en un facha porque las personas no son de una sola pieza". Tiene gracia el asunto. Eso es como si un antirracista afirmara que "odiar solamente a los negros no me convierte en un racista porque no tengo nada en contra del resto de razas".
¿Aman a España? Muy bien, pues a continuación les diré qué hago yo por la "patria": respetar las lenguas, respetar las culturas, respetar las creencias de cada uno sin obligarles a que crean en lo mismo que yo, respetar los sexos, respetar las orientaciones sexuales, respetar las ideas de cada uno sin obligarles a que piensen como yo, evitar censurar la libertad de expresión, cuidar el territorio que piso, tratar a todo el mundo como si fuese igual, procurar tener un poco de sentido de la urbanidad, tener el máximo de amistades posibles de todas las clases, etc, etc. Y no cantar himnos, colgar banderas y uniformizar a las personas, porque la patria es, a fin de cuentas, una porción de suelo donde a veces hay polvo y cacas de perro. ¿Merece la pena morir por esto? ¿Una porción de suelo con polvo y cacas de perro vale más que la vida de vuestros hijos o seres queridos? El alma desnaturalizada que lo crea así que coja un fusil y salga en combate a tener una gloriosa muerte por la patria, o sea, por algo inútil, estúpido e inservible, pues si este patriota se cae de una azotea no será la madre patria quien ponga la mano para salvarle sino las personas, que son lo más importante de esta porción de tierra llamada España o llamada Cataluña… o como quieran llamarla.

sábado, 3 de octubre de 2009

Memorias de un cinéfilo de barrio XII y último: mis otros cines de barrio

En el presente blog, durante estos últimos meses he expuesto a través de varios capítulos la historia y mis vivencias personales en los entrañables cines de barrio que han formado parte de mi vida y que tanto han significado (y todavía significan aunque ya no existan). Sin embargo, también hubo una serie de cines de barrio que a pesar de haberlos tenido cercanos, curiosamente, por diferentes motivos, nunca fui un cliente asiduo, con lo cual es muy poco lo que puedo aportar. No obstante, por el mero hecho de haber asistido en algunas ocasiones, voy a hablar de ellos porque estoy seguro de que algunos de vosotros seréis capaces de narrar mucho más porque tal vez fuisteis fieles a ellos a diferencia de mí. Estoy haciendo referencia a los cines Ducal, Montserrat, Paladium, Versalles y Virrey.
El cine Ducal era una pequeña sala de solo 200 localidades situada en los números 4-30 de la calle de Besalú, en el barrio del Camp de l’Arpa. Abrió sus puertas en septiembre de 1956, siendo su empresario José María Marín Echenagusia, también propietario del cine Texas. Era un local de reestreno con programas dobles que tuvo una vida muy monótona, y ya a principios de los años ochenta padeció severamente la crisis, de modo que a partir de 1984 se convirtió en una sala X para probar suerte. El caso es que no dio resultado y finalmente, el 16 de julio del mismo año cerró definitivamente sus puertas. Solamente asistí un par de veces al Ducal, y de los dos programas dobles que llegué a ver solo recuerdo una película de cada uno: “Le llamaron Trinidad” y “Estación polar Zebra”.
El cine Montserrat se ubicaba en el número 241 de la avenida de la Mare de Déu de Montserrat haciendo casi esquina con el paseo de Maragall, en el sector llamado popularmente como “los 15”. Era una sala de moderno diseño, inaugurada en octubre de 1952 y con una capacidad para 834 personas. En sus inicios empezó con sus clásicos programas dobles, y a partir de la Transición pasó a ofrecer muy a menudo películas eróticas clasificadas “S”, de ahí que después, con el auge del cine porno, el 4 de junio de 1984 se convirtiera en una sala X. Pasada la euforia inicial, el negocio no rindió lo esperado y el cine Montserrat volvió nuevamente a ser sala de reestreno hasta su cierre definitivo, en 1987. Recuerdo en mi infancia haber visto en esta sala algunas películas de catástrofes, como “Aeropuerto 77”, el programa doble “Huracán” y “La isla de los hombres peces” con mi padre, y también “Lady Halcón” acompañado de mi hermana Griselda porque por aquel entonces mi hermano Tomás estaba en el cuartel llamado “El sangriento”, en Sevilla, haciendo el servicio militar y no me pudo acompañar.El cine Paladium se ubicaba en la rambla del Caçador del barrio de la Guineueta,. Era un local más contemporáneo que abrió en 1967 cuando el entonces polígono de viviendas de la citada Guineueta estaba recién construido. Su propietario fue Pasqual Graneri, el cual lo hizo funcionar como sala de reestreno con programas dobles, hasta que en 1976 la empresa Cinesa lo adquirió y lo convirtió en cine de estreno, convirtiéndose así en una de las pocas salas de estreno de la periferia de Barcelona. Tenía capacidad pera 983 personas. En este cine he asistido una sola vez en mi vida, concretamente un sábado por la mañana con mi padre y mis hermanos Tomás e Ismael para ver casi en primera fila el estreno del siglo: “La guerra de las galaxias”, la película que más veces he visto en mi vida y que nunca me canso de repetir. Esta sala cerró definitivamente el 26 de junio de 1983.El cine Versalles tiene más historia, pues abrió sus puertas sobre los años 1927-1928 de manos de Antoni Bertran. Se ubicaba en el chaflán de las calles de Mallorca y de los Castillejos, cerca de la Sagrada Família. La sala se caracterizó por ser más ancha que larga. Inicialmente tenía capacidad para 800 espectadores y disponía de un vestíbulo muy pequeño. A partir de los años cincuenta se sometió a una profunda reforma que lo modernizó con una mejora de los accesos, de las instalaciones y sobre todo del vestíbulo, que se incrementó notablemente. Pasó a tener capacidad para 1.167 personas. Por aquellos años, el propietario era José Lecumberri de la Fuente, el cual decidió ofrecer programas dobles de películas acompañadas de varietés. De hecho, la tarima donde llegaron a actuar personajes famosos como Estrellita de Castro, Antonio Amaya, El Príncipe Gitano, Antonio Machín, Pepe Marchena o Antonio Molina, entre otros, siempre se conservó, incluso cuando el cine se convirtió en discoteca. Se ubicaba debajo de la pantalla, y era habitual que en los descansos los niños se subieran a correr y a jugar. Años después, se creó el llamado “Miércoles Fémina”, que no era otra cosa que un día de la espectadora que ofrecía una tarifa reducida para las clientas habituales del barrio. En el año 1977 la sala fue adquirida por Pere Balañà, el cual convirtió el Versalles en sala de estreno, si bien a menudo había un complemento de reestreno. Recuerdo haber visto un domingo 7 de enero con mi hermano Ismael y la que sería mi cuñada Mari Carmen el programa doble “Nihm el mundo secreto de la señora Brisby” y “Moonraker”. Otras películas que recuerdo en las poquísimas veces que asistí fueron “Lifeforce fuerza vital” y “Tod y Toby”. El 8 de mayo de 1986 cerró definitivamente sus puertas, y el local se reconvirtió en la discoteca Barçalles, hasta que se clausuró y se derribó para construir un bloque de viviendas.
El cine Virrey era la típica sala de barrio de reestreno de la periferia por excelencia. Tenía dos accesos: uno en el número 10 de la plaza del Virrei Amat (que habitualmente era la entrada), y la otra en el número 44 de la calle de la Jota (la salida). Era propiedad de los hermanos Santiago y Eduardo Ballarín Reyes, que lo inauguraron en diciembre del año 1959, justo en un momento en que la población de la barriada de Santa Eulàlia de Vilapicina comenzaba a expandirse y año tras año se iban edificando bloques de viviendas. Además, hacia muy poco que se había inaugurado el metro. Por tanto, el aumento de la población, la proliferación del comercio y las mejoras en los transportes auguraban un buen futuro para este cine que preveía a muchos clientes jóvenes y habituales. Y así fue, pues la sala tenía capacidad para 1.500 personas, y eran los fines de semana y días festivos cuando hacían grandes recaudaciones. Yo lo recuerdo como un cine viejo y destartalado, con butacas rotas y algo incómodo, pero sin embargo no recuerdo que fuese una sala tan grande. De hecho, casi todas las películas las había visto anteriormente de estreno o de reestreno pero las volvíamos a repetir porque nos gustaban. Muchas eran de catástrofes y de Spaghetti Western. En el cine Virrey eran muy aficionados a recortar los metrajes de las películas para hacer hasta cuatro sesiones en una tarde. Por ejemplo, la hilarante e incomprendida “1941” de Steven Spielberg, duraba unos 20 minutos menos que cuando la vi de estreno en el cine Río. Víctima por supuesto de la crisis del reestreno, cerró definitivamente sus puertas en 1985 y en su lugar e construyeron viviendas, un parking subterráneo y unas galerías comerciales actualmente cerradas por falta de clientes.
Y aquí se acaba la historia, un serial del cual espero que hayáis disfrutado durante todo este tiempo y que en mi blog estará permanentemente colgado. Siempre que deseéis leer algún capítulo, solo basta escribir en el buscador el nombre del cine deseado si en alguna ocasión os apetece revivir esa entrañable y añorada etapa de vuestra vida en que esas salas de barrio formaron parte de vuestra vida. Además, no dudéis en escribir aportaciones y experiencias personales en el apartado de comentarios siempre que queráis, pues entre todos hacemos historia y siempre será bien recibida.
Ahora bien, antes he dicho que aquí se acaba la historia, pero no definitivamente porque muy pronto empezará otra serie nueva, continuación de esta: las memorias de un cinéfilo de estreno, donde hablaré de las salas de cine de estreno del centro de la ciudad que han formado y forman parte de mi vida, tanto las existentes como las desaparecidas. Pero eso será en un próximo capítulo.
Muchas gracias a todas las personas que me han seguido hasta aquí. Que no me abandonen que todavía tengo mucho más por explicar. Un saludo y hasta pronto.