sábado, 27 de febrero de 2010

Memorias de un cinéfilo de estreno V: cine Rex

Uno de los cines de estreno al que esporádicamente he asistido ha sido el cine Rex. De sala única, es el típico local de un diseño, una ambientación y un aroma muy propios de los pertenecientes a la cadena Balañà de antaño. Abrió sus puertas en plena posguerra, el 24 de diciembre de 1940, en el número 463 de la Gran Vía de les Corts Catalanes, a la altura de la estación de metro “Rocafort”. A diferencia de otros que ocupan los bajos de un bloque de viviendas, este tiene un edificio propio. Muy brevemente empezó ofreciendo programas dobles, pero enseguida pasó a exhibir películas de estreno y así se mantuvo hasta el año 1969, en que el cine fue adquirido por la cadena Balañà. A partir de entonces, la sala se sometió a una reforma y modernización, reduciendo su capacidad de 851 a 580 localidades. El 17 de junio del citado año reabrió sus puertas con la nueva decoración tan conocida de las salas de Balañà, obra del arquitecto Antoni Bonamusa. Desde entonces cambió su oferta cinematográfica pasando a exhibir películas de arte y ensayo, aunque en estos últimos decenios las cintas comerciales son lo que más ha predominado debido al descenso de público. Sin embargo, en el año 2002 acogió el festival internacional de cine documental musical de Barcelona In-Edit-Beefeater, y anualmente acoge el BAFF (Barcelona Asian Filam Festival), de manera conjunta con los cines Aribau Club (antaño cine Dorado y luego Club Doré) y el CCCB.
El cine Rex es de los pocos locales de sala única que existen en Barcelona, si bien su vida activa tiene los días contados y cesará tan pronto a finales del presente año abran las 12 salas de cine, también de la cadena Balañà, en el centro comercial y de ocio que se está construyendo en el interior de la plaza de toros de Las Arenas. Se echará de menos, sin duda, pues al tratarse de sala única ofrece la ventaja de que siempre encuentras asiento, a diferencia de las multisalas con sesiones numeradas.

El vestíbulo contiene la taquilla y la escalera de acceso al anfiteatro a la izquierda y una pequeña parada de palomitas en bolsas y frutos secos y una máquina expendedora de bebidas en lata y botellas de agua a la derecha, que nada tiene que ver con los complejos servicios de bar de las modernas multisalas. Las entradas todavía son de rollo de cinta y agujero central expedidas por una máquina a pedal. La platea tiene 354 butacas, mientras que el anfiteatro tiene capacidad para 226 personas. Las puertas rojas de madera de acceso al vestíbulo, el entapizado de las butacas y la moqueta del suelo rojas y las paredes decoradas con moqueta roja y un juego de lámparas esféricas y un conjunto de aros ovoides agrupados otorgan al cine Rex un diseño típicamente de años setenta el cual, una vez tomas asiento, te permite recordar las entrañables salas de barrio en las que de niño habías ido tantas veces. La última mejora de estos últimos años ha sido en el sistema de sonido, que ahora es Dolby Stereo Digital con cuatro canales de audición en pantalla más tres independientes de sonido ambiental, de una calidad comparable a las modernas multisalas.
Algunas de las películas que recuerdo haber visto son, por ejemplo, “El nombre de la rosa” (con mi hermano Tomás y mi amigo Alfredo y en el anfiteatro debido a la cantidad de gente que había), “La chaqueta metálica”, “Hotel Ruanda” y más recientemente “Australia”, “El imaginario del doctor Parnassus” y “Gran Torino”. Hasta no hace muchos años, se exhibían películas comerciales de estreno en versión original subtitulada, aunque esto ha ido cada vez más a la baja.
En definitiva, un cine recomendado para las personas añoradas de las salas únicas de antaño que quieran recordar sus cines de la infancia, comer palomitas industriales de bolsa y disfrutar de una película dentro de una gran sala con platea y anfiteatro mientras se respira el aroma de moqueta rancia mezclada con ambientador de limón. En absoluto recomendado para jóvenes acostumbrados a las grandes multisalas con asientos VIP y butacas con reposacabezas y servicio de bar que ofrece menús familiares a base de cubos de palomitas y Coca Colas de medio litro.


lunes, 22 de febrero de 2010

En un momento dado... el publicidad de Johan Cruyff

El amigo Johan tenía tres vicios: fumar, jugar "a fubo" y hacer publicidad, y ello lo demuestran las carteles de 1974 donde vemos al crack holandés del Barça en acción.
En los dos primeros carteles vemos el publicidad del loción Kerzo contra el caida del cabello, el caspa i el grasa. Tal y como él dice, el vitalidad de sus cabellos se debe al loción de proteínos de sedo Kerzo. Este es uno.

Los dos carteles siguientes lo vemos con la pijama Jim para tener el comodidad de llevar un ropa adecuada para dormir. Este es otro. El combinado del pijamo azul y del pijamo rojo forman el uno uno.

Y para terminar, ha aqui otro anuncio, esta vez del pinturos Bruguer, donde Johan aprovecha el vacasiones para pintar el habitasión. Y po tanto, automáticamente seguro que pasó un verana muy feliz.

¡¡¡ Ánimo Johan!!!

miércoles, 17 de febrero de 2010

Todavía vivo con la familia ¿dónde está el problema?

Resulta particularmente contradictorio que en un estado presuntamente democrático y de derecho donde hay libertad de expresión y de decisión, te veas socialmente presionado por unas pautas al parecer obligatorias de acatar si no quieres quedarte excluido. Es el “haz lo que quieras y sé como quieras… siempre y cuando hagas y seas como yo te diga”. Lo más sorprendente es que dichas pautas lleguen a someter a determinados colectivos hartos de alardear su anarquismo y su oposición al sistema capitalista. Así es como sucedió, cuando en un reportaje emitido en TV3 sobre una manifestación contra la especulación y el precio abusivo de las viviendas, una chica presumiblemente “alternativa” que participaba en la rúa afirmó que “hoy día los jóvenes estamos hasta los 30 años en casa viviendo con nuestros padres Y ESO NO PUEDE SER”. Es decir, que marcharse cuanto antes mejor es algo parece ser obligatorio. No es la primera vez que se tiende a criticar y a hacer mofa de quienes a edades postadolescentes todavía no se han emancipado. Muchas veces he oído por parte de varias personas comentarios del tipo “qué bien que vives sin hacer nada”, “qué cómodo que tu mamá te haga la comida y te planche la ropa”, “míralo que comodón que es el tío”, “anda qué bien que estás”, “la buena vida que te pegas” entre muchos otros que se podrían incluir en la lista. En definitiva, quien continúa viviendo con los padres o familia hasta cierta responde al perfil de un jeta y un caradura gandul, inmaduro, inexperto de la vida y que tiene miedo de volar del nido para hacerse una persona adulta.
¿Por qué esa obsesión por marchar de casa cuanto antes mejor? ¿Por qué esa presión social? Muy sencillo. El sistema presiona desde las altas esferas hasta las capas más bajas porque interesa que la juventud compre o alquile y se endeude, ya que así entrarán a formar parte de ese sistema productivo que tan rentable les resulta a las inmobiliarias. Y nada mejor para convencer que vender la emancipación como un paso hacia la madurez, la independencia y la libertad individual frente a una presunta “esclavitud” del hogar familiar. Y todo eso son verdades a medias, puesto que independizarse no significa ganar más libertad sino tener que acatar nuevas normas a cambio de abandonar otras, pero siempre normas, además de las obligaciones y responsabilidades que supone emanciparse y tener que vivir solo/a o con pareja. Vivir con la familia y vivir emancipado tiene como todas las cosas, sus ventajas y sus inconvenientes, sus libertades y sus deberes.

No negaré que existan casos de personas que residen con sus padres o familiares a edades avanzadas y que responden a todos los tópicos, pero ello no implica generalizarlo a todo el colectivo. Mi caso personal es un ejemplo. Actualmente resido en mi casa de toda la vida con mi padre y mi hermano. Ello no es por comodidad, por gandulería, por inmadurez, porque sea un retrasado o porque tenga miedo a crecer. Yo tengo mis obligaciones como cualquier otra persona y colaboro en la medida en que me es posible, y ahora muchas más desde que mi madre nos dejó. La madurez te la da la experiencia de la vida y sobre todo me han servido mucho tanto las relaciones sociales como tener trabajo estable y cargos de responsabilidad. No creo que por volar del nido yo me convierta en más hombre, y si cuando me haya emancipado maduro lo atribuiré simplemente al hecho de haber pasado a una nueva etapa de la evolución personal, que en otras circunstancias también habría llegado. Tan solo basta con ver como les van a ciertas parejas y matrimonios semianalfabetos y los desgraciados sucesos que se cuentan de ellas en la televisión (desde maltratos hasta crímenes pasionales), así que no creo que precisamente esa gente sea más que yo o haya evolucionado hacia etapas superiores a la mía solo por el hecho de vivir fuera de casa de los padres, y me puedan dar lecciones de la vida. Independizarse es una decisión personal y no determina la superioridad o la inferioridad de nadie. Vivo en mi hogar familiar porque de momento no tengo esa necesidad imperiosa de marchar, pero cuando la tenga no hay duda de que lo haré.
Lo mejor es olvidarse de las presiones sociales que te venden sus propuestas como un progresismo cuando no lo es porque emanciparse y dejar atrás el hogar de toda la vida es una tradición humana más vieja que el hombre de Neanderthal.
La vida de cada persona es distinta. Tal vez haya mucha gente que al marchar de casa le habrá ido muy bien, y eso es algo que no les discutiré, pero también he conocido a quienes han fracasado y han tenido que regresar a su dulce hogar.
Hoy día se estilan y se reivindican el mundo “moderno” muchos estilos de vida: monoparentales, parejas gays/lesbianas, dentro de rulots o autocaravanas, errante por el mundo montado sobre una Harley Davidson, okupas, nudistas… ¿y luego se escandalizan porque una persona todavía vive en su casa con sus padres?


miércoles, 10 de febrero de 2010

Memorias de un cinéfilo de estreno IV: cine Balmes

Uno de los cines de estreno que llegué a conocer y al que asistí durante una breve temporada fue el cine Balmes, situado en el número 215 de la calle de Balmes, cerca del barrio de Gràcia. La razón de haberlo conocido se debió a que mi amigo y compañero de la facultad Carles era vecino graciense y esta sala le caía relativamente cerca. Algunas veces que quedábamos los fines de semana para ir al cine, ocasionalmente, en vez de ir a los cines Bailén y Bosque, nos llegamos al Balmes.
Abrió el día 25 de diciembre de 1953, en plena Navidad, con un programa doble: “Las nieves del Kilimanjaro” y “Armas secretas”. El propietario era un tal Francesc Xicota i Cabré, un empresario cinematográfico de prestigio que gestionó salas míticas tanto de estreno como de reestreno como el Capitol, el Maryland, el Spring, el Galvany, el Excelsior, el Condal, el Roxy, el Iris y el Rondas, entre otros cines. El cine Balmes se inició como sala de reestreno, pero a partir del 17 de abril de 1954 pasó a ser sala de estreno, inaugurando su nueva etapa con el filme “Mujer en la niebla”. Una tercera etapa cinematográfica fue a partir del 18 de septiembre de 1968, en que el Balmes pasó a ser sala de arte y ensayo, con el estreno de la película “Marat”. Brevemente, entre 1970 y 1971 alternó estrenos comerciales y de arte y ensayo, lo que le mereció el calificativo de “sala especial”. Luego regresó a su etapa como sala de estreno y entre los años 1972 y 1981 la titularidad pasó a manos de la cadena Balañà, viviendo una etapa más bien gris en la que se proyectaban películas de muy baja calidad. En el año 1981 el cine Balmes pasó a manos de la cadena Cinesa, empresa que se encargó de renovar tanto la programación cinematográfica como el interior de la sala, que cerró temporalmente por reformas y reabrió modernizada el 9 de octubre de 1987 con el estreno de la película “El Lute: camina o revienta”, en el cual asistieron su director, Jaime Camino, y su protagonista, Imanol Arias.

Recuerdo al Balmes como una sala cómoda y agradable, con la ventaja de que podías encontrar asiento por el hecho de no ser multisala. Inicialmente, tenía capacidad para 740 personas, pero con la reforma de 1987 pasó a 692. Los servicios de bar y las prestaciones tanto de comodidad como de audio e imagen eran equiparables a las de cualquier moderna multisala abierta durante la década de los noventa. El único inconveniente era si tenías que hacer cola en la calle, porque las aceras de la calle de Balmes eran estrechas y enseguida lo invadías todo y a los peatones se les hacía difícil no bajarse a la calzada. Lo mismo sucedía al salir del cine porque había que esquivar a toda la marabunta de gente. Con mi amigo Carles fui a ver dos películas de terror que versionaban a dos grandes clásicos de la literatura: “Drácula de Bram Stoker” dirigida por Francis Ford Coppola y “Frankenstein de Mary Shelley” dirigida por Kenneth Branagh. De la primera, que por aquel entonces me decepcionó un poco tratándose viniendo de un director de calidad como Coppola, recuerdo el cachondeo que se cultivó durante buena parte de la película. El público era bastante joven y en muchas escenas dramáticas la gente reía. Concretamente, la escena en la que Mina escribe una carta el conde Drácula diciéndole que su relación con él no es posible y que va a vivir su vida con Jonathan Harker, y luego aparece el mismo conde Drácula llorando de tristeza con cara de murciélago, eso provocó grandes ataques de risa a buena parte de la sala. Madre mía, me habría gustado que en aquella sesión hubiese asistido el propio Coppola de incógnito. Bueno, con la perspectiva de los años la película tampoco no me pareció que estuviese tan mal. La reacción del público con el Frankenstein de Brannagh fue totalmente contraria. Tuve la sensación de que decepcionó y que a casi nadie le había gustado, ni siquiera a mis amigos Carles y Lluís con quien asistí. A mí sí que me agradó esta versión, en la que Robert de Niro estaba sorprendentemente centrado sin sus típicos ataques neuróticos en su papel del monstruo. Tal vez los espectadores se esperaban ver un derivado del Drácula de Coppola y no fue así.
Pocas películas más llegué a ver en el cine Balmes, el cual, a pesar de su calidad, padeció la crisis de las salas únicas y desgraciadamente la cadena Cinesa decidió cerrarlo definitivamente en febrero de 2001. Como despedida, se proyectó la película con la que se inauguró en 1953: “Las nieves del Kilimanjaro”. Después de estar una temporada cerrado, actualmente en su lugar hay un gimnasio de lujo.


miércoles, 3 de febrero de 2010

Doblar o no doblar: esa es la cuestión (sobre el conflicto del cine en catalán)

Otra vez con el conflicto lingüístico. Otra vez con debates que podrían no existir si desde un principio las cosas se hubiesen hecho bien. La Generalitat propone que en unos años la mitad de las películas exhibidas en las salas cinematográficas de Cataluña estén dobladas o subtituladas en catalán. A priori parece una buena idea que debería de satisfacer a la mayoría de ciudadanos como ejemplo de paridad lingüística en la que el catalán el castellano se encontrarían en una misma situación y habría la libertad de elegir. Es algo que quienes alardean de ser tan presumiblemente bilingüistas les debería agradar. Sin embargo, no es así. ¿Dónde está ahora el problema?
Cataluña es una de las tierras donde más fácil es crear un conflicto, sea lingüístico o sea de cualquier otra cosa y relacionarlo enseguida con un debate identitario. Ha llegado un punto que lo puede hacer cualquiera, incluso se podría escribir una enciclopedia titulada “Abecedario anticatalanista: guía práctica de cómo hacer guerra permanente en Cataluña”.

En realidad, tan culpables son los de un extremo como los del otro, porque ambos no desean llegar a ese punto de conciliación y de concordia necesarios para vivir en paz y tranquilidad. Si hacemos un repaso en la historia, tras la muerte de Franco, la lengua catalana se encontraba en una clara situación de desventaja por lo que se refiere a la normalización, y lógicamente había que corregir esta situación. El hecho de ser una lengua minoritaria no era sinónimo de que fuese considerado un dialecto (todavía hay muchos ignorantes que así lo creen incluso de buena fe) o un idioma de segunda categoría que debía de recibir y merecer menos que otras más habladas. Quienes lo creen así, no solo demuestran un desprecio hacia la lengua catalana, sino también hacia la suya, la castellana, por la sencilla razón de que la defensa que hacen por tratarse de una lengua mayoritaria y de las más habladas en el mundo se basa en unos términos cuantitativos (es decir, de cantidad de gente) y no cualitativos (es decir, como patrimonio, como enriquecimiento, por la literatura y la cultura que ha generado o por la riqueza de su vocabulario). Con ello vengo a decir que muchos de quienes hoy día defiende tan fanáticamente la lengua castellana solo valoran el número de personas en el mundo que la hablan y no lo que pueda aportar culturalmente. O sea, que si mañana mismo en vez de hablarla 300 millones de personas lo hiciesen 30, automáticamente la lengua castellana pasaría a no valer absolutamente nada. En definitiva, que regimos y valoramos el mundo bajo criterios de cantidad o de peso, y si mañana la lengua catalana la hablaran 100 millones de habitantes dejaría de ser un idioma de segunda fila. Pues menudos defensores de la lengua de Cervantes, el cual si levantara la cabeza probablemente decidiría cortarse la otra mano.

Retomando nuevamente el hilo, era necesaria una normalización de la lengua catalana para equipararla a la situación de la lengua castellana, sin más y sin menos. Al principio, todo parecía ir viento en popa, gracias a los consensuados pactos de unidad Suarez-Tarradellas que proponían la incorporación del catalán de manera progresiva en todos los ámbitos, no con finalidades substitutorias sino complementarias, de modo que el idioma local iría siempre acompañado con el oficial del Estado. Esa incorporación y normalización fue asumida por la gran mayoría de ciudadanos de Cataluña como algo “normal y correcto”, lo que creó una ilusión social porque las cosas volvían a estar en su sitio después de casi 40 años de franquismo que consideró al catalán como una vulgar “singularidad regional”. Sin embargo, todo experimentó un giro de 180º en el momento en que el Molt Honorable Tarradellas dejó la Generalitat y terminaron los gobiernos de unidad y los pactos de consenso unánime entre partidos y con Madrid. Se inició lo que él llamo una “dictadura blanca”. Así, la normalización de la lengua catalana empezó a no a complementar a la castellana mediante un bilingüismo armónico que conciliara las dos sociedades catalanas (incluidas la de la crosta y la charnega), sino a reemplazar, lo que nos distanció del resto de España, rebrotaron nuevamente viejos prejuicios hacia los catalanes (por una parte de la sociedad española) y hacia los españoles (por una parte de la sociedad catalana) y quedó nuevamente la sociedad dividida y enfrentada, conflicto que se consolidó a través de los partidos políticos y los medios de comunicación y que tanto daño ha hecho hoy día y tantos odios ha engendrado.

Como resultado de esa normalización fundamentada en la inmersión generalizada, ahora el intento de obligar al doblaje de la mitad de las películas cinematográficas que se vayan a exhibir genera controversia y polémica, siendo pues un conflicto que en caso de haberse aplicado otra política más amable y armoniosa se habría podido evitar. El resultado son dos bloques enfrentados: por un lado, tenemos a quienes han conseguido fusionar catalanismo con nacionalismo e independentismo (antiguamente bien claros pero ahora confusos y convertidos en sinónimos por ignorancia y conveniencia) y quieren imponer; y por otro, tenemos el sector antinacionalista que bajo bonitas proclamas de liberación y de promesas de una España y una Cataluña paradisíacas bajo una descarada demagogia cercana al lerrouxismo quieren impedir o incluso prohibir mediante excusas baratas. A cual de los dos bloques es peor.
Sin lugar a dudas, tengo la convicción absoluta de que el desgraciadamente olvidado Tarradellas hubiese logrado con su extraordinaria capacidad de seducción ese bilingüismo en el cine sin levantar apenas voces en contra ni en Cataluña ni en Madrid, y se habría podido aplicar de modo que casi toda la sociedad catalana (incluidas la de la crosta y la charnega) lo hubiese asumido con toda la normalidad del mundo, como un simple paso más de esa normalización bien entendida. Seguro que si hubiese hecho falta habría viajado hasta Hollywood. De haber vivido más años, Tarradellas habría sido capaz de crear en Cataluña un modelo ejemplar de normalización lingüística a imitar por parte de otras comunidades bilingües de España.

En definitiva, el doblaje o subtitulado de la mitad de las películas de cine al catalán debe de hacerse desde el fomento y no desde la imposición, negociando adecuadamente con las productoras, distribuidoras y otras empresas relacionadas con la cinematografía para ofrecer las máximas y mejores facilidades posibles por hacerlo realidad, con una aplicación gradual y una buena campaña de “invitación” que consiga año tras año ganar adeptos hasta llegar a ese 50% equilibrado con las proyecciones dobladas o subtituladas en castellano. Sería una aspiración encomiable obtener un modelo similar al holandés, donde se proyectan películas en lengua holandesa y en inglés. En síntesis, cine doblado y subtitulado en catalán hasta poder llegar a una posible paridad con el castellano, por supuesto que sí, pero desde el fomento.