martes, 22 de noviembre de 2011

¿Es la diversidad política sinónimo de pluralidad democrática?


Se han celebrado las elecciones generales del presente año con los previsibles resultados de una mayoría absoluta del PP y una fuerte debacle del PSOE. Sin embargo, a pesar de los 186 diputados del partido ganador, el nuevo Parlamento español surgido del 20N vuelve a dejar una mayor representación de grupos políticos que suman un total de catorce, uno más que en los comicios del 2008, muchos de ellos minoritarios pero que volverán a tener la posibilidad de hacerse oír. Otros no han tenido tanta suerte a pesar de conseguir mayor número de votos, y es que la polémica Ley D’Hont ha dejado a las puertas de la gloria a varios partidos políticos que tienen cada vez más peso debido al desengaño hacia los partidos grandes. Ese ha sido el caso por ejemplo de EQUO, PACMA, Eb, PA y PxC, que han obtenido entre 60.000 y 200.000 votos según la formación, mientras que partidos como GBAI, con poco más de 42.000 votantes, ha logrado entrar en el Parlamento. Un sistema proporcional posiblemente injusto que limita esa pluralidad y que debería de ser objeto de análisis en un próximo artículo para el presente blog.
A pesar de ello, el resultado actual es de una buena representación de las principales formaciones del país, lo que supone (o debería de suponer) más pluralidad democrática en cuanto a aportación de ideas se refiere ante los grandes retos que España debe de enfrentarse debido a la crisis. Sin embargo, es necesario preguntarse si dicha diversidad política es sinónimo de mayor pluralidad democrática. En el caso del Parlamento Español, las voces de las minorías se encuentran condenadas a ser ahogadas por las grandes fuerzas potencialmente capaces de tomar el timón del estado, que no son otras que las causantes e interesadas (por supuesto) en la existencia de un bipartidismo favorecido por la ya citada ley D’Hont. Si todos los votos valieran igual, porque moralmente y democráticamente deberían de valer igual porque lo que cuenta no es tanto unas proporciones estimadas bajo criterios subjetivos sino las personas de carne y hueso con independencia de en qué parte del territorio español se encuentren, las mayorías absolutas serían más difíciles, y las dos grandes potencias PP y PSOE deberían de enfrentarse en una cámara parlamentaria formada por dieciocho partidos políticos, cuatro más que ahora.


En el caso catalán, sucede algo similar, aunque debe de reconocerse que cada partido político tiene más protagonismo incluso a través de los medios de comunicación. Así, todo partido que entra en el Parlament de Catalunya pasa a ser conocido por la ciudadanía, teniéndolo mucho más difícil quienes se han quedado a las puertas de entrar. No quiero poner en duda que en todas las autonomías debe de suceder lo mismo, pero en Cataluña la irrupción de nuevas representaciones políticas, a pesar de ir ligada a un incremento de la pluralidad como debería ser por lógica en un contexto democrático normal, se tiende a crear un bipartidismo formado por la coalición en la sombra de las formaciones políticas que comparten ideas comunes. A pesar de que cada formación política dispone de un programa de gobierno independiente con unas directrices a aplicar y defender, en la práctica y por razones de conveniencia hace tiempo que viene configurándose un frente político encaminado a bloquear e impedir que ciertos partidos tengan poder de ejecución más allá de determinados límites, o incluso ninguno. Esta actitud es nociva para un sistema democrático y lo convierte en una guerra de intereses donde un frente de partidos, a pesar de sus discrepancias y de hacer oposición entre ellos, se acredita el formar parte de los “buenos” ante otro partido que queda aislado como si de un apestado se tratara y cuyos parlamentarios reciben el calificativo de ser los “malos”. Una postura que supone un grave error de actuación si tenemos en cuenta que dichos partidos marginados son allí presentes porque existen muchas personas, de hecho miles de ellas, que los han votado porque comparten su programa, porque creen en ellos, porque están de acuerdo con sus principios y, por consiguiente, contra las ideas de esos presuntos “buenos” que tanto quieren dogmatizar el Parlament convencidos de que su filosofía es la única que garantizará “salvar” a Cataluña.


Se puede entender que para determinada parte de la sociedad catalana algunos partidos generan antipatía y hostilidad por sus mensajes, pero ello no debería de ser jamás excusa para impedirles tener representación, voz parlamentaria y capacidad de ejecución porque, volviendo a insistir, representan a una parte de la población que tiene otra visión de lo que es Cataluña y creen que es también igual o más buena que el dogma impuesto por el otro frente político. Estos partidos cada vez tienen más representación porque han aumentado notablemente el número de votantes. Uno de ellos posee las alcaldías de siete municipios catalanes, dos de ellos grandes ciudades del llamado “cinturón rojo”, localidades ahora condenadas a ser proscritas y malditas porque un grupo de partidos con ideas comunes ha doctrinado a la sociedad catalana diciéndoles lo que es bueno y lo que es malo. Y como consecuencia de que su ciudadanía se ha portado mal votando a quien no deben, estas fuerzas políticas que simbolizan el amor patrio hacia nuestra tierra harán todo lo posible para que durante los cuatro años de mandato los nuevos alcaldes de esta formación no puedan hacer realidad nada (o lo menos posible) de su programa, porque otros han decidido que forman parte de “los malos”.
Sin citar el nombre de estos partidos, queda claro a cuales se hace referencia, lo que no significa en absoluto que un servidor simpatice o milite en ellos porque si se tratara de otros partidos de talante más moderado defendería absolutamente lo mismo.


Queda claro que en el parlamento catalán existe mayor diversidad de partidos pero sin que ello haya supuesto mayor capacidad de ejecución y a los beneficios que conlleva dar importancia a otros puntos de vista que rompan con la monotonía y la uniformidad de las ideas impuestas como dogma. ¿Correrá la misma (mala) suerte el nuevo parlamento español salido del 20N? En Cataluña, ese grupo dominante, un cuatripartito en la sombra a pesar, insisto, de la oposición entre ellos, parece querer evocar el modelo de gobierno de unidad de partidos para ser más fuertes y decisivos en Madrid, tal y como defendía Tarradellas, pero en la práctica ese sueño se ha convertido en una guerra entre dos frentes que debilita y empobrece a Cataluña y dificulta su fortaleza como autonomía, nación o “petit país” en Madrid.

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