sábado, 20 de octubre de 2012

Antes de la crisis ya había crisis

 
Dicen que la memoria reciente o inmediata es la que se pierde con más facilidad porque tiene que ver con aquellas cosas que no son de verdadera importancia para nuestra vida. El problema reside cuando nos olvidamos de hechos significativos que deberían servirnos en el futuro para no volver a caer en los mismos errores. Prácticamente todo el mundo achaca a la crisis económica la culpa de los problemas que actualmente padecemos. Merecería la pena preguntar si alguien recuerda como vivíamos en realidad hace solo cinco años atrás. Si bien es innegable que estábamos mejor ¿significa que entonces todo funcionaba bien? Aunque los gobiernos han practicado severos recortes presupuestarios que han mermado notablemente el nivel y la calidad de vida de muchas personas, parece que casi nadie se acuerda de que anteriormente a la crisis ya existía crisis, justo cuando vivíamos por encima de nuestras posibilidades. El único sector que hasta hace media década gozaba de (relativa) buena salud y se ha visto afectado directamente por este fenómeno mundial ha sido el empleo, con las consecuencias que ha conllevado.
Sin embargo, otros sectores ya eran deficitarios. Sin ir más lejos, desde hace muchos años, Barcelona sufre un problema de saturación. La idea de que la ciudad tiene demasiada gente y pocos servicios y que es necesario hacer cola para todo es una percepción compartida por mucha ciudadanía autóctona e incluso es la principal valoración negativa que suelen hacer los turistas y foráneos que vienen a visitarnos. Existe, pues, un desequilibrio entre la oferta y la demanda que ha originado masificaciones y, en consecuencia, la sensación de sentirse degradado como persona.
 
 
En tiempos de bonanza, el sector sanitario padecía las consecuencias de la insuficiencia de centros hospitalarios y personal médico. Los pasillos de algunos hospitales estaban repletos de personas enfermas sentadas por los suelos. La masificación incluía la presencia de personajes singulares en la sección de urgencias como quienes acudían símplemente a ponerse una tirita en un dedo o la típica señora hipocondríaca que decía aquello de “ay, mire, es que ahora me duele aquí y me ha salido un bulto por acá…”, pasando impunemente por delante de enfermos de verdad que a veces agonizaban o morían impotentes al no poder ser atendidos a tiempo. Es costumbre que el Rey de España venga a Barcelona a recibir tratamientos o a operarse en la clínica Teknon, de ahí que digan que el sistema sanitario catalán es el mejor de todos. Por supuesto que sí, sobre todo si eres un rey los servicios a recibir serán los mejores del mundo, pues él nunca tendrá que apuntarse a una lista de espera para una intervención quirúrgica. ¿Cómo debe de funcionar entonces el sistema sanitario español? Es preferible no pensarlo.
 
 
Por lo referente a infraestructuras, las inversiones en materia de transporte siempre han sido pésimas e insuficientes por parte de la Generalitat y del Ministerio de Fomento. La red de autobuses urbanos de Barcelona, si bien mejoró en cuanto a cobertura territorial, los problemas derivados de las malas frecuencias de paso perduraban en muchas líneas. El servicio de metro sufría a menudo paros de al menos cinco minutos debido a problemas técnicos o “por causas ajenas a la empresa” (como solían decir por megafonía). Los fines de semana los intervalos ya eran largos, oscilando entre los 5 y 7 minutos, y en las horas punta los trenes eran auténticas latas de sardinas. Y en la red ferroviaria de RENFE los retrasos, las averías y la escasez de trenes han formado parte de una tradición histórica, incluso pudiendo afirmar que es parte de la identidad y personalidad de esta compañía que tanto nos ha despreciado sin pudor alguno.
 
 
El sistema educativo tampoco puede escapar de la crítica. España es desde hace años uno de los países europeos donde se registran los mayores índices de fracaso y abandono escolar de Europa. Aunque los distintos gobiernos democráticos han intentado poner remedio a este problema, siempre han fracasado. Antaño se decía que uno de cada siete alumnos de bachillerato repetía curso. Cuanto más se ha reformado el sistema educativo, peor ha funcionado. Incluso algunas fuentes aseguran que Cataluña invierte en educación por debajo de estados europeos poco desarrollados como Rumania y la República Checa. La falta de maestros y de aulas ha sido una constante en nuestra historia, problema que arrastramos desde hace siglos. Los barracones prefabricados han llegado a formar parte de nuestro paisaje urbano a lo largo de más de cincuenta años y jamás han sido erradicados por completo.
 
 
En cuanto a la administración pública (oficinas municipales, autonómicas, de Correos, de Hacienda, del INEM, etc.), la saturación de los servicios públicos es desde siempre una eterna constante. Largas colas, incalculables tiempos de espera, falta de atención y una información deficiente han comportado situaciones de malestar, estrés y discusiones tanto para los peticionarios como para los mismos funcionarios. La imagen de una oficina que dispone de una larga mesa con doce taquillas de las cuales solo dos o a lo sumo tres funcionan y en el resto cuelga el cartel de “fuera de servicio” resulta un fenómeno habitual que desde hace décadas ya estamos acostumbrados.
No solo desde los tiempos del Desarrollismo sino también cuando José María Aznar presidía el país afirmando aquello de “España va bien”, las asociaciones y entidades vecinales protestaban por la falta de ambulatorios, casales para la tercera edad, casales de jóvenes, guarderías, escuelas, bibliotecas, centros culturales, zonas verdes y centros sociales. Es decir, que las luchas para mejorar la calidad de vida de las barriadas continuaron cuando la economía (decían) era tan próspera.
 
 
Y todo esto sucedía antes de la crisis económica, en esos tiempos que ahora a muchos les parecen tan idílicos. Es por ello que el actual desaguisado no es atribuible a la crisis económica porque los desequilibrios ya se padecían anteriormente. En realidad, la crisis lo único que ha hecho ha sido agravar (y no provocar) una situación que originalmente ya era mala. El problema es que somos una sociedad resignada con una capacidad extraordinaria de estoicismo, por lo que muchos se han acostumbrado a vivir así. Solo la iniciativa por parte de personas sensibilizadas por establecer un modelo social mejor, ha evitado el triunfo del inmovilismo y ello ha permitido en muchos barrios y municipios, después de años de lucha, alcanzar las anheladas cotas de bienestar. Afortunadamente, soy de los pocos privilegiados que tienen la suerte (o la desgracia, según como se mire) de acordarme de nuestro pasado histórico más reciente. Ahora solo queda plantearse qué sucederá cuando salgamos de la crisis, si la situación será realmente buena y equilibrada como sería de desear o bien volveremos a las mismas deficiencias anteriores. Hagan ustedes sus apuestas. Yo predigo (con tristeza) la segunda opción.
 

2 comentarios:

Mª Trinidad Vilchez dijo...

Cierto todo lo que has explicado y muy bien y detallado, una verdad tan grande como un templo.
Muchas gracias.

Júlia dijo...

la gente tiene muy poca memoria y muy mala además, parece que siempre 'haguéssim lligat els gossos amb llangonisses' como decía mi madre...