domingo, 7 de abril de 2013

Adiós a Bigas Luna



La noticia del fallecimiento de José Juan Bigas Luna, además de ser lamentada en el mundo de la cinematografía, ha sorprendido por el desconocimiento que había alrededor de su enfermedad. Hasta el final de sus días estuvo trabajando en el guión de una versión cinematográfica de la novela de Manuel de Pedrolo “Mecanoescrito del segundo origen”. Singular y controvertido personaje, no dejó a nadie indiferente. Mientras algunos lo admiraban por la excentricidad de sus películas, otros lo abominaban por sus impudicias.
Habiendo visto buena parte de su filmografía, su etapa inicial desarrollada durante la década de los años setenta y parte de los años ochenta fue a mí parecer la más interesante y creativa. Además de dedicarse a la dirección de cine, combinó sus dotes artísticas polifacéticas con el diseño, la pintura, la publicidad y la fotografía, disciplinas traducidas en interesantes trabajos y a la vez una etapa de su carrera injustamente desconocida. En los años de la Transición española, Bigas Luna realizó curiosísimos trabajos que contribuyeron decisivamente a la modernidad del cine en España.


Sus primeras películas, las mejores de su carrera, se caracterizaron por su innovación en cuanto a argumentos de historias a menudo crudas y obsesivas protagonizadas por personajes enfermizos o con problemas psicológicos, y por la muestra desvergonzada de un exhibicionismo sexual y escatológico nunca visto debido a la censura franquista. Desde la irrupción de sus cintas en las pantallas cinematográficas de las salas de proyección, el cine español perdió definitivamente su inocencia. Es destacable en esta primera etapa de su carrera la similitud de sus películas con el cine que se realizaba en países de moral avanzada como Holanda. Existían ciertos parecidos, por ejemplo, entre los trabajos de Bigas Luna y los de la etapa holandesa de juventud del director Paul Verhoeven antes de saltar al estrellato de Hollywood. Si bien para los más entendidos del séptimo arte esta comparativa podría parecer absurda e inadmisible puesto que ambos directores hicieron carreras muy distintas, había sin embargo algunos puntos en común como por ejemplo el erotismo explícito y desvergonzado, las obsesiones viscerales con la comida y la muestra de detalles escatológicos destinados a herir la sensibilidad de los espectadores.


En España la mayoría de las películas de esta etapa fueron clasificadas con el distintivo “S”, por lo que no fueron lo suficientemente valoradas como hubiesen merecido salvo por algunos críticos. El género erótico y “del destape” abocado a la mediocridad y a la cursilada ensombrecieron y perjudicaron unos trabajos de juventud que reflejaban el talento de un director con inquietudes y ganas de ofrecer algo nuevo a los cinéfilos más exigentes. Merece la pena destacar como títulos de mayor calidad y originalidad las películas “Tatuaje” (1976), “Historias impúdicas” (1977), “Bilbao” (1978), “Caniche” (1979), “Renacer” (1981), “Lola” (1986) y “Angustia” (1987).
Esta etapa fue la más experimental de Bigas Luna, es decir, la menos comercial. Desgraciadamente, a mi juicio personal (y por supuesto discutible) el cine que posteriormente cultivó, más comercial, fue el más mediocre. No por ello significa que adule el arte y ensayo en detrimento de los filmes comerciales, los cuales no por ello son de menos calidad. Siempre he creído que el verdadero cinéfilo es capaz de beber de todos los géneros y estilos a pesar de sus predilecciones. Por el contrario, quien solo consume únicamente cine alternativo o de arte y ensayo y repudia por sistema los géneros comerciales a menudo lo hace para adoptar una postura falsamente intelectual y de superioridad, tristemente hipócrita y demagógica. No siempre es así, y respeto a quienes de corazón sienten esta predilección, pero no es el caso de la mayoría.


Volviendo al tema, decir que sin embargo en la etapa más floja de la carrera de Bigas Luna sería igualmente reconocible su excelente capacidad de realización así como su dominio de la técnica cinematográfica, aunque con unos resultados finales que dejaron mucho que desear. No obstante, su huella provocadora y excéntrica jamás la abandonó porque formaba parte de la personalidad ineludible de sus cintas, pero se perdió aquella gracia de los primeros años. Excepcionalmente, de dicha etapa merecería salvar “La camarera del Titanic” (1997) como título interesante.
En términos globales, se puede afirmar que su labor cinematográfica fue interesante. Merece la pena ser recordado por haber lanzado al estrellato la carrera de actores y actrices como Ariadna Gil, Javier Bardem, Penélope Cruz, Verónica Echegui o Jordi Mollà. Pero sobre todo, recordarlo como un director valiente en los años de la Transición española por su iniciativa de ofrecer al público un cine sencillamente diferente, provocador pero a su vez interesante.


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