lunes, 30 de junio de 2014

La discreta agonía del teatro Arnau


Hace pocos días, mientras esperaba la llegada de mi autobús en el Paral·lel para regresar a casa, aproveché el tiempo y la ocasión observando y fotografiando la placita de Raquel Meller, situada entre dicha avenida y la desembocadura de las calles de las Tàpies y Nou de la Rambla. El lugar es singular, triste pero a su vez encantador, todavía con ese aspecto y regusto de la Barcelona de antaño. A la izquierda se halla el actual teatro Barcelona Arts on Stage. En el mismo emplazamiento existió el Circo Español Modelo, de 1892, rebautizado el año siguiente como Teatro Circo Español. Algunos aseguran que este fue el primer edificio construido en esta arteria, eso claro sin contar los barracones. Tras incendiarse en 1907, dos años después, una vez reconstruido reabrió como Teatro Español. Tras cerrar en 1980 el edificio albergó la discoteca Studio 54, de la que fui esporádicamente asiduo en mis años de estudiante de bachillerato. Derribado el antiguo teatro, se levantó uno nuevo el cual se inauguró en 1997 como Scenic Barcelona. Su escasa rentabilidad motivó su cierre en el año 2001, hasta que casi una década después, en el 2010, reabrió como Artèria Paral·lel. Desde hace dos años recibe la actual denominación antes citada, también bajo las siglas BARTS. Allá desemboca la calle de las Tàpies, ahora peatonal y totalmente carente de aquella personalidad que la definió. Ni rastro queda allí de lo una vez describió el cronista de Barcelona Sebastià Gash.


A la derecha se halla la cervecería O Vall d'Ouro, también conocida como El Rincón del Artista, por donde pasaron varios artistas del mundo del espectáculo. Haciendo esquina con la calle Nou de la Rambla todavía resiste el mítico Bagdad, una sala de espectáculos eróticos abierta en 1978 y último vestigio de la Barcelona Canalla. Esta calle, antes llamada Conde del Asalto, todavía es una vía comercial muy frecuentada y afortunadamente conserva buena parte de su personalidad, aunque ahora sin sus tabernas, burdeles y tiendas de "gomas y lavajes" que la caracterizaron.
Sin embargo, donde deseo fijar especialmente la atención es en el centro de la plaza, presidido por un edificio apuntalado y cuya fachada se halla cubierta de andamios a la espera de una urgente restauración: el teatro Arnau. Si repasamos un poco su historia, esta mítica sala de espectáculos tiene sus orígenes a principios del siglo XX, si bien unos años antes y en el mismo emplazamiento, sobre 1894, un tal Jaume Estruch regentaba una gran taberna que incluía sala de billares y ocho focos para iluminar la fachada. Casi una década después, aquella vasta construcción de madera fue derribada y en su lugar se erigió un nuevo edificio de obra, diseñado por el arquitecto Andreu Audet Puig, inaugurándose el 28 de octubre de 1903 como Salón Arnau. El nombre del nuevo local se debió a su propietario, Jaume Arnau. Dos años después se añadió una nueva planta. El edificio era exteriormente funcional, con fachada plana, sin decoración ni ornamentos salvo la pieza escultórica que corona la parte superior escalonada. Contiene dos hileras de ventanas, seis abajo y cuatro arriba. La estructura era de madera, con una sala que contenía platea y anfiteatro abierto con barandilla de hierro forjado. Tenía una capacidad para 707 personas.


En sus inicios desarrolló su función como music-hall alternando pantomimas, melodramas, zarzuelas del llamado "género chico" e incluso esporádicamente como sala de cine. Esto último empezó a partir de 1904, combinando varietés durante los intermedios. A partir de 1910, bajo la dirección del empresario Armando Villefleur se dedicó casi exclusivamente al teatro. En aquellos años actuaban personajes como Miquel Borrull y su hija, el cual fundó en 1915 en el antiguo café de camareras Casa Macià un café concert-flamenco llamado Villa Rosa, situado en la calle del Arc del Teatre.
Dada la escasa rentabilidad del local, el 31 de mayo de 1915 fue transformado en sala de cine ofreciendo programas dobles con varietés, previa reforma de la platea. La nueva decoración fue supervisada por el dibujante Feliu Elías "Apa". Su nuevo propietario, Eduardo Blasco, rebautizó el Salón Arnau como Folies Bergère. La nueva denominación se debió por la moda de afrancesar los nombres de los locales de ocio, debida fundamentalmente por la Primera Guerra Mundial. En 1919 el conde de Salvatierra autorizó allí el juego de forma legal y regulada, junto con otras salas teatrales y cafés de Barcelona, precisamente en unos tiempos donde esta afición se hallaba muy restringida y perseguida.


Durante aquellos años, este local dio a conocer en las varietés a numerosas estrellas de la interpretación como Emilia Bracamonte, Mary Focella, La Goytia, Blanca Negri y Roberto Font. Sin embargo, quienes destacaron con mayor fama fueron Enric Borràs, Carles Saldaña Beut, conocido como "Alady", Josep Santpere (padre de Mary Santpere), María Yáñez, más conocida "La Bella Dorita", y Francisca Marqués López, mundialmente famosa como "Raquel Meller". Esta última fue especialmente el alma mater del teatro y debutó allí en 1911.
A partir del 18 de septiembre de 1930, el Folies Bergère volvió a ser nuevamente el teatro Arnau, combinando el cine con music-hall, zarzuela y comedia, si bien su etapa dorada ya había pasado. Su nuevo titular, Francesc Benages, procedió a rehabilitar el edificio, incluyendo la instalación de un equipo Orpheo-Sincronic de disco y banda para la proyección de las primeras películas sonoras. Precisamente se recuerda la película mexicana "Monja y casada, virgen y mártir", estrenada el 25 de mayo de 1936 con un gran éxito comercial, la última vez que acudieron masivamente los espectadores y tantas largas colas formó.


Durante la Guerra Civil el Arnau prosiguió con su oferta de programas dobles de cinematografía alternados con varietés. Ya en plena posguerra, el librero y autor teatral Salvador Bonavia y el maestro de música Jaume Mestres consiguieron reflotar el negocio. Con motivo del estreno de la comedia teatral "La Gilda del Paralelo" el 16 de febrero de 1949, se vivió una pequeña etapa dorada recuperando su viejo ambiente de teatro popular. Otras obras conocidas y de bastante éxito fueron "Del paralelo a las Ramblas" y "La Paralela": Sin embargo, fueron años en los que la censura franquista hizo sus estragos. Así, por ejemplo, en el mismo año 1949 la vedette Matilde Moncusí, conocida como Maty Mont, fue denunciada por la Delegación Provincial de Educación Popular por su vestimenta "indecente" utilizada en su actuación llamada "La marchina del silbido".
Durante los años cincuenta y sesenta continuó con su función de sala de cine y espectáculos, incluso llegando a estrenar películas de manera compartida con los cines Edén y Alarcón. En la década de los setenta vivió la etapa de decadencia que también afectó a buena parte de las salas de reestreno y de los teatros del Paralelo ante el cambio de gustos por parte de las nuevas generaciones que optaban por otro tipo de ocio y entretenimiento.


Finalmente, bajo la dirección del empresario Pepe Buira, el 21 de septiembre de 1982 el Arnau reabrió como teatro de music-hall con la representación de obras de revista, comedia musical y variedades. Abandonó así su anterior función como cine. Entre los años 1992 y 1993 el teatro fue utilizado como plató de grabación del programa televisivo semanal ‘Ven al Paralelo’, presentado por la mítica actriz y cupletista María Antonia Abad, conocida mundialmente como "Sara Montiel". En 1993 la vedette del teatro El Molino Lita Claver "La Maña" se hizo temporalmente cargo del teatro una vez adquirió la mayoría de sus acciones e intentó revitalizarlo con un cambio de programación. Brevemente, entre abril y octubre de 1994 cerró sus puertas al no poderse afrontar los problemas económicos. Tras su nueva reapertura la titularidad pasó a manos de los empresarios Jordi García y José Antonio Puente. En 1995 la compañía teatral Teatreneu programó la oferta de espectáculos como un intento de darle un nuevo impulso y ofrecer musicales de calidad. Pero ante la falta de rentabilidad cerró definitivamente sus puertas a partir del 16 de agosto de 1999. La última representación fue "La venganza de Don Mendo", dirigida por Tricicle.


Desde entonces, tanto las asociaciones vecinales como las entidades culturales promovieron y reivindicaron la reapertura del teatro de cara a la recuperación del Paral·lel. En el año 2006 hubo una ocupación simbólica durante unos pocos días, llegando a celebrarse espectáculos y conciertos para denunciar el estado de degradación del edificio. Ante un proyecto de revitalización de la avenida del Paral·lel como un eje de ocio y espectáculos pero adaptado a las necesidades del siglo XXI, el mismo Ayuntamiento de Barcelona inició en 2007 los trámites para su expropiación. Afortunadamente fracasó un intento de compra y transformación en residencia geriátrica por falta de permisos municipales, hecho que hubiese comportado su derribo. Sus últimos propietarios vendieron el teatro por 1,5 millones de euros a la Iglesia Cristiana China de Barcelona. Sin embargo, al no obtener del distrito de Ciutat Vella las licencias necesarias para cambiar su uso, el Arnau continuó clausurado. 


Actualmente, el Ayuntamiento de Barcelona, propietaria del inmueble desde el año 2011, ha promovido la negociación de la compra por unos 2,5 millones de euros, incluso se rumorea de que se han establecido contactos con una empresa interesada aunque todavía no se han cerrado acuerdos. Aunque se trata de una suma elevada, la concesión a la futura sociedad gestora durante cincuenta años compensaría la elevada inversión necesaria para su rehabilitación. Con la presente remodelación urbanística de la avenida, el Arnau es la asignatura pendiente para contribuir a esta renovación de lo que hubiese podido ser un auténtico Broadway catalán. Hoy día, desapercibido para la mayoría de los transeúntes, languidece y agoniza discretamente entre lonas y andamios. Todavía en la planta baja sobrevive humildemente el bar El Retiro y a su lado, una floristería.
Por el bien, el interés y el fomento de la cultura, es de esperar su pronta resurrección, y que la modesta placita de Raquel Meller vuelva a ser centro de atención ciudadana. Más de un siglo de historia y el recuerdo de los grandes artistas que por allí pasaron merece un final mejor.


Fotos: Brangulí, Centre Excursionista de Catalunya, Institut Municipal d'Història, Ricard Fernández Valentí.

sábado, 21 de junio de 2014

Felipe VI: presente y futuro de la monarquía española en el siglo XXI


Como tarradellista debo decir que no soy monárquico sino más bien republicano, lo cual significa que ante un hipotético referéndum votaría con toda probabilidad a favor de la instauración de una República. Sin embargo, aún así respeto a esta institución porque no encuentro razones para odiarla o combatirla. ¿Como catalán que soy es eso una anomalía y debería pedir perdón por ello? Tal vez me guste adoptar siempre una postura diplomática y de cordialidad, algo que yo no juzgaré si es correcto o incorrecto. Sencillamente se deba a mi carácter, pues prefiero adaptarme a las circunstancias y cambiar las cosas desde el entendimiento y la concordia, no a costa de fabricarme enemigos, porque con esfuerzo y voluntad todo es posible. Es más, reconozco que si la Familia Real me invitara alguna vez a la Moncloa yo acudiría, si me otorgaran un título nobiliario lo aceptaría emocionado con mucho gusto, y si coincidiese con una visita de los reyes a Cataluña les estrecharía la mano. Tampoco soy favorable a retirar los títulos de "Comtes de Barcelona", de "Prínceps de Girona" u otros porque no como catalán sino como catalanísimo que me siento de todo corazón, es un privilegio que nos honora y que me enorgullece. Y aún así, aunque algunos les parezca extraño, como he dicho al principio, soy más bien republicano. Y como tal, si fuese presidente de la Generalitat hubiese aplaudido la coronación de Felipe VI con la idea de que la sociedad catalana no es de pensamiento uniforme sino plural, representando con mi gesto a todo el conjunto y no solo a un colectivo. Un aplauso de mis manos que para monárquicos y/o no nacionalistas sería decirles que forman parte de la Nación, y para republicanos y/o nacionalistas e independentistas mostrarles una actitud abierta así como la necesidad de ofrecer un gesto de educación y de esperanza al diálogo. En ese sentido, siempre he dicho que en asuntos sobre modelos de estado, en unos hipotéticos referéndums aceptaré y respetaré lo que la mayoría del pueblo español en general y de Cataluña en particular decida, y que como demócrata a ello me adaptaré, llevando siempre conmigo mis propias ideas en el corazón, sin renunciar a ellas.


Mi actitud no responde a una cobardía, al conformismo o a una postura desfavorable a que nada cambie. Al contrario, por ello vuelvo a insistir en que todo es posible partiendo de lo que disponemos, que no es poco. Como catalán y español, soy totalmente favorable a resolver el conflicto político Cataluña-España así como a la reforma de la Constitución española, revisándola y adaptándola periódicamente a las necesidades que traen los nuevos tiempos para permitir la evolución y la modernización.
Ciertamente la monarquía española fue instaurada como última voluntad de Franco, pero este hecho no convierte en franquistas o españolistas a quienes simpatizan con la Monarquía. Si esta institución es buena o mala dependerá del sentimiento personal y subjetivo de cada persona. Sin ir más lejos, uno de los argumentos por los que el presidente Tarradellas convenció a la clase política para el restablecimiento de la Generalitat, es que esta era de origen monárquico, lo cual automáticamente la hacía compatible con el nuevo reinado de Juan Carlos I. Efectivamente, durante la transición española era esta institución monárquica la que representaba y legitimaba a Cataluña, a su ciudadanía, a su gobierno, a su cultura, a sus tradiciones y en definitiva a su historia. A menudo se acusó al "molt honorable" de doblegarse ante la Monarquía y de renegar de sus convicciones republicanas. A mi parecer ello es falso, pues otras opciones para el restablecimiento de la Generalitat hubiesen sido inviables, de modo que su preservación durante tantos años habría sido en vano y una derrota moral muy fuerte. Se trataba de adaptarse a los nuevos tiempos en un momento de miedo, tensión e incertidumbre. El mango de la paella estaba sujetado por quienes acataban la voluntad de Franco, y la opción era el cambio que supondría el restablecimiento de la Monarquía o bien continuar con el viejo régimen. No existían otras vías alternativas como muchos hubiesen deseado. Para muchos la primera opción equivalía a doblegarse por la fuerza, a bajarse los pantalones, pero el sentido positivo decía que era el mal menor y que con la evolución del país se podrían cumplir muchos de los deseos anhelados que bajo la dictadura fueron prohibidos. En definitiva, siempre hay que recurrir al lado bueno de las cosas, aunque estas no sean del gusto personal. No debe olvidarse que una institución como la Generalitat permitió autonomía y autogobierno, siendo un interés general del pueblo catalán que prevalecía sobre los intereses particulares, y de mayor importancia que el debate monarquía-república. Era preferible el entendimiento y la concordia, mostrar que la sociedad catalana era abierta, receptiva, integradora, dialogante, educada y comprensiva, contraria a cualquier gesto que supusiera hostilidad y enfrentamiento. Bajo esa premisa, el mismo Tarradellas aceptó el título de marquesado de Tarradellas, sin por ello renunciar a su sentimiento republicano ni a representar lo poco que quedaba de un bando derrotado.


Bajo los valores de una democracia todo tiene solución, la cual no se halla únicamente cuando no se quiere. Solo las actitudes inflexibles e intransigentes de quienes quieren blindar sus propios intereses, haciendo creer que son la voz de todos como si la pluralidad no existiese, dañan la convivencia entre territorios e imposibilitan acuerdos. Dicen algunos que la coronación de Felipe VI supone una vez más la continuidad de un modelo impuesto desde el franquismo, una postura en parte real pero también una visión derrotista porque impide ver que siempre es posible cambiar y mejorar, incluso hacerlo desde lo que no ha cambiado. En caso contrario, luchar por un país mejor carecería de sentido. Aunque soy más bien republicano, y lo digo por tercera vez, debería plantearse si ciertos anhelos y aspiraciones se lograrían realmente bajo el paraguas de una Tercera República. Las instituciones que representarían el Estado dejarían de ser Reales, pero la división de la sociedad, la perduración del conflicto entre las llamadas "dos Españas", el denominado "problema catalán" y la consulta por la independencia, la crisis económica y financiera de orden mundial así como los casos de corrupción y enriquecimiento personal por parte determinados sectores políticos sería una herencia ineludible e inevitable, porque ciertamente cambiaría la estructura y el modelo de Estado, pero no las personas ni sus gobernantes. Y ese es el asunto en cuestión, no tanto el territorio y las fronteras en sí mismos sino el pensamiento y la acción directa de sus gentes. ¿A quienes beneficiaria entonces esa nueva República? No busco en ello una excusa para no cambiar. Al contrario, solo quiero alertar que cualquier reforma estatal, sea una República, un estado federal, un estado plurinacional o cualquier otra opción debe de tener como máxima prioridad beneficiar al ciudadano, no a los de siempre.


Al nuevo rey Felipe VI solo le pido que contribuya a la renovación de la Monarquía, de modo que esta no sea vista como una institución elitista, alejada del pueblo, conservadora, catolicista e inflexible ante las grandes cuestiones que plantea el Estado. Para ganar prestigio y retornar la confianza a los españoles, es necesario que se muestre cercana, sensible y preocupada por aquello que las gentes demandan; que sea oyente y dialogante; que fomente la pluralidad ideológica, cultural y lingüística como un enriquecimiento, una fortaleza y una oportunidad para todos; que sea abierta a la modernidad y a la evolución de las ideas, los principios, las creencias, la moral y los valores que tengan cabida en una democracia; que contribuya a la interculturalidad como una herramienta eficaz para acercar distancias y eliminar prejuicios; que pueda arbitrar contra las desigualdades, la intolerancia y la corrupción; que ofrezca todos aquellos instrumentos necesarios para potenciar el nivel y la calidad de vida para situar el país a la misma altura de las grandes potencias económicas; y en definitiva, que sea un buen rey, un buen amigo y con su labor haga de esta institución un ejemplo a imitar y un referente mundial.

Fotos: J.C. Cárdenas (El País), Europa Press, ecorepublicano.es, ellahoy.es

sábado, 14 de junio de 2014

El funicular de Miramar al castillo de Montjuïc (II): aspectos técnicos y de explotación



El perfil de la línea y las vías
La línea tenía una longitud de una sola alineación de 424 metros, un desnivel de 21,4 metros y una pendiente media del 20%. El trazado se iniciaba en la parte superior de la estación Miramar. Desde allí, ascendía por la ladera oeste de la montaña, paralelamente a los antiguos caminos del Verdugo y los Conejos, y llegaba a la estación Cumbre, situada junto a la carretera del castillo, al pie del glacis tras cortar a nivel un camino bastante ancho que circundaba y partía dicha carretera a pocos metros de distancia de la puerta de entrada al castillo. A 12 metros se ubicaba el depósito de aguas enterrado que se construyó sobre el parque de Laribal.
El perfil longitudinal presentaba cinco rasantes: una recta de 0,190 metros de inclinación en 61,16 metros de longitud; una curva de enlace de 2.000 metros de radio y 97,48 metros de proyección horizontal; una recta de 0,139 metros de inclinación en 151,14 metros; una curva de enlace de 2.000 metros de radio y 35,39 metros de longitud en planta, y una rampa de 0,1576 metros en 144,83 metros de longitud. La estación inferior se situaba en 93,75 metros de altitud sobre el nivel del mar y la superior, a 157,06 metros de altitud.
La vía tenía 1 metro de ancho y carriles con cabeza de sección trapezoidal de 125 Mm de altura, 47 Mm de ancho de cabeza y 180 Mm de patín. En medio, tenía unas placas de asiento fijadas por dos tornillos por placa, apoyadas sobre traviesas de roble de 1,80 metros de longitud y 18 x 25 cm de escuadra. Las uniones de los carriles se hacían mediante bridas especiales con cuatro pernos de sujeción cada una. Las traviesas en vía corriente estaban espaciadas por 980 Mm y las juntas de los carriles, colocadas dentro de una capa de grava de 30 cm de espesor, por 240 Mm. Con el objetivo de evitar las juntas, estaban sostenidas por un macizo de mampostería donde iban empotrados unos hierros que impedían el movimiento de ésta. Había también unas poleas de sujeción y una guía del cable. Los soportes de los ejes iban sostenidos por tirantes de hierro plano, fijados por los extremos a las traviesas de la vía.



El sistema de tracción y de seguridad
Para esta línea, la empresa constructora adquirió un motor de 120 CV de potencia a la Société des Ateliers de Séchéron, de Ginebra (Suiza). Estaba instalado en la estación Cumbre, en un piso inferior al puesto de mando (sala de máquinas), y se accedía por una trampilla debido a la falta de espacio. La corriente continua a 750 V llegaba por una línea propia desde la subcentral del tramo inferior. Accionaba mediante un sistema de control y el movimiento del cable, a través de las correspondientes reducciones de engranajes helicoidales. Este motor permitía que los coches llegaran a una velocidad máxima de 14,5 km/hora, con lo que el trayecto se hacía en tan sólo 2 minutos. El cable se retorcía en la polea motriz y la polea de reenvío para obtener la adherencia necesaria. El cabrestante tenía un freno de mano y un freno automático y electromagnético que entraba en funcionamiento si la velocidad pasaba de los 2,5 m/s. El freno podía entrar en acción en todo momento por medio de un pedal situado en la cabina del maquinista. Si el coche descendente iba cargado y el ascendente, vacío, el motor actuaba como generador y servía de regulador de la velocidad, por eso estaba siempre conectado a la línea general.



El material móvil
Como se preveía una afluencia de usuarios más baja que la línea del Paralelo, fueron adquiridos dos coches de aspecto y características casi idénticas a las del anterior funicular. Los bastidores provenían de la suiza Fonderie de Berne y los frenos de la alemana Von Roll, mientras que las cajas fueron construidas por la misma empresa en un taller habilitado en un barracón al lado de la línea, entre el estación Miramar y el cruce de los actuales jardines de Mossèn Costa i Llobera. Como los coches no circulaban acoplados por parejas como la línea del Paralelo, tenían dos cabinas instaladas de manera simétricamente opuesta, donde habían los frenos, uno de mano y uno automático tipo Ruprech con dos pares de mordazas que entraban en acción en caso de ruptura del cable, los mecanismos de apertura y cierre de puertas, el encendido del alumbrado y el silbato.
Cada coche medía 13,50 metros de longitud y 2,50 metros de ancho, tenía dos ejes separados por 7,2 metros y ruedas de 55 cm de diámetro. El peso en vacío era de 11,2 toneladas y en plena carga de 20,95 toneladas. La carrocería era una caja completamente metálica. Exteriormente iban pintados de gris claro en la parte superior hasta la base de las ventanas y de gris oscuro en la parte inferior. El acceso se hacía por cualquiera de las ocho puertas (cuatro a cada lado) de una sola hoja, de accionamiento automático por medio de unos motores de aire comprimido situados bajo los asientos. Además, había dos puertas más de accionamiento manual, situadas en cada testero para casos de emergencia y evacuación de pasajeros. Cada lateral disponía de cuatro ventanas practicables (dobles las de los extremos) más dos ventanillas no practicables situadas junto a cada puerta de acceso. El alumbrado consistía en dos potentes faros situados a la izquierda de cada testero.


La capacidad de cada coche era de 150 pasajeros, 76 de los cuales podían viajar sentados. Los asientos eran bancos de madera longitudinales. El interior tenía una estructura de salón único dividido en cuatro plataformas escalonadas, cada una de las cuales tenía un par de puertas de entrada y/o salida y un par de asientos. Las paredes estaban pintadas de color crema y el techo de color blanco. El alumbrado consistía en unas bombillas incandescentes con tulipa de vidrio colocadas en la parte central del techo.
Años después, las carrocerías fueron repintadas en la parte inferior de color azul oscuro y luego de color verde oscuro, y en 1964 fueron repintadas de color crema en la parte superior y de color azul verdoso en la parte inferior. Si bien en 1968 las carrocerías del funicular al Paralelo se modernizaron, los de la línea del castillo no fueron modificados salvo el cambio del alumbrado incandescente por uno fluorescente.



Las estaciones
La línea constaba de dos estaciones: Miramar y Cumbre. La primera estaba integrada dentro del mismo edificio de la estación de la línea al Paralelo. La entrada principal era por el paseo de la Exposición (actual avenida de Miramar), cerca de la plaza de Dante. Ocupaba los terrenos del antiguo merendero de la Torre Forta. Su diseño, obra del arquitecto Ramon Raventós (autor también del Teatro Griego), se inspiró en el estilo noucentista en armonía con las construcciones de la Exposición Universal. La fachada era neoclásica, simétrica, con dos cuerpos laterales con acolchados y una ventana verticalmente alargada coronada por un ojo de buey, y un cuerpo central con tres grandes puertas de arco de medio punto de acceso al vestíbulo. La parte superior contenía unas balaustradas asentadas sobre una cornisa con coronel, vierteaguas, arquitrabe y cimacio, coronadas por cuatro estatuas del escultor Josep Llitjós.


El vestíbulo era amplio y de líneas elegantes. El nivel inferior estaba ocupado por los andenes de la estación del funicular al Parelelo, cuyo acceso se efectuaba mediante dos tramos de escaleras (una en cada sentido) entre las que se situaba la dependencia que albergaba la maquinaria de tracción. El nivel superior estaba ocupado por la sala de máquinas y por la estación inferior del funicular al castillo. Ésta constaba de un vestíbulo situado sobre la sala de máquinas, a 8,50 metros. Los andenes laterales eran de 3,10 metros de ancho en forma de grada escalonada y 21 metros de longitud. En el centro de las vías había un foso. El techo era una bóveda en pendiente de 30 metros de longitud y 2,70 metros de anchura. La decoración era muy sencilla, con las paredes y el techo de color blanco y recuadros para pegar publicidad. Desde el vestíbulo de la estación Miramar accedía al andén de la estación inferior por medio de unas escaleras mecánicas, complementadas con una ordinaria de tres rellanos.
Durante la rehabilitación de 1964, ambas estaciones adoptaron la decoración de los vestíbulos a la moda de la época. En el edificio de la estación se erigieron dos remontas que eliminaron las cuatro esculturas, en la primera de las cuales se instaló un bar (ampliado posteriormente a cafetería) y en la segunda los nuevos talleres de reparación y mantenimiento del material móvil.


La estación Cumbre se construyó de acuerdo con las condiciones impuestas por Capitanía General, en forma de trinchera. El diseño era muy sencillo, pues el edificio de la estación era una caseta con cubierta a dos aguas de vigas metálicas recubiertas con placas de madera tipo Dion y Uralita, con paredes de muros laterales de sostenimiento revestidos con pasta de papel comprimido y de fácil destrucción en caso de necesidad por parte de las autoridades militares del castillo. La fachada era muy funcional y no tenía ningún tipo de decoración. Los andenes laterales, en forma de grada, tenían una anchura de 3,65 metros y una longitud de 21 metros. Al fondo de estas estaba la sala de máquinas, rodeada por un pasillo, un vestíbulo y el despacho de billetes, que estaba detrás. El pasillo disponía de una escalera que llevaba a una sala de espera y un bar y restaurante con terraza desde la que se podían observar unas buenas vistas panorámicas. Entre estas escaleras y la sala de máquinas había un almacén.
En 1964 la estación fue completamente reconstruida y se doblaron las dimensiones. La fachada, más alargada y asimétrica, disponía de cuatro puertas centrales de acceso coronadas por una marquesina superior de piedra, con aberturas de vidrio laterales y techo plano. Las paredes se revistieron con placas de piedra. En el interior había una amplia terraza que incluyó un bar. La nave de andenes disponía de una sala de espera para empleados y un aseo. Se conservaron las placas que recordaban las firmas constructoras de la parte mecánica (Fonderie de Berna) y eléctrica (Séchéron) del funicular.



Arqueología industrial
Tras la clausura de la línea, las instalaciones fueron abandonadas y posteriormente desmanteladas. El trazado ferroviario fue cortado por la construcción de la nueva calle del Doctor Font i Quer, del cual el inferior se halla enterrado formando parte de los viveros municipales situados justo al lado de los jardines de Mossèn Cinto Verdaguer. En el tramo superior, que forma parte de los jardines de Petra Kelly, todavía se puede apreciar en la montaña el señal del antiguo trazado, ya sin vías, una cicatriz que actualmente es un recuerdo de lo que una vez existió.
De la estación Miramar todavía quedan algunos restos, aunque su acceso se ve interrumpido debido a que las escaleras de subida se hallan parcialmente derribadas. Algunos testigos aseguran que los andenes todavía existen. Sin embargo, la estación Cumbre fue completamente derribada. Por lo referente al material móvil, una vez clausurada la línea, los dos coches permanecieron temporalmente guardados e inactivos, uno en cada estación, hasta que fueron trasladados a unos chatarreros fuera de Barcelona y posteriormente desguazados.



Evolución tarifaria
Tras la inauguración de la línea, las tarifas se decretaron en función del sentido de circulación. Había un billete combinado y tarifas especiales. Los precios de los billetes sencillos eran los mismos para todos, excepto para los obreros y los militares que podían disfrutar de una reducción:
• Subida: 0,30 pesetas
• Bajada: 0,20 pesetas
• Subida y bajada: 0,40 pesetas
El billete combinado permitía pagar una sola vez y utilizar los dos funiculares para hacer un trayecto completo, desde el Paralelo hasta el castillo y viceversa. El precio resultaba un poco caro, ya que era el doble del de subida y bajada:
• Combinado del Paralelo al castillo, y viceversa: 0,80 pesetas
Como el domingo y los días festivos mucha gente, sobre todo de clase popular, iba a pasar el día en la montaña, la empresa estableció unas tarifas especiales a precio más reducido. Estos billetes se vendían hasta las nueve de la mañana:
• Del Paralelo al castillo (subida o bajada): 0,40 pesetas
• Del Paralelo al castillo (subida y bajada): 0,50 pesetas
Para los obreros y los soldados se establecieron unos billetes a un precio sensiblemente más reducido que se vendían los días laborables, de siete a ocho de la mañana. Los obreros eran mayoritariamente chabolistas que vivían en la montaña e iban a trabajar a la ciudad, la mayoría en las fábricas y los talleres que había en los barrios del Raval, Poble Sec y Sants, salvo algunos que se tenían que trasladar al Poblenou. Los soldados que iban al castillo procedían mayoritariamente de la Capitanía General del paseo de Colón. A diferencia de la línea al Paralelo, no existía el billete escolar para los alumnos de l'Escola del Bosc.
• Del Paralelo al castillo (subida o bajada): 0,30 pesetas
• Del Paralelo al castillo (subida y bajada): 0,40 pesetas
Con motivo de la Exposición Internacional de 1929, se creó un abono de 50 viajes a 7,50 pesetas y uno de 100 viajes a 12,50 pesetas. El horario de servicio era de las 9:00h. hasta las 21:30h., con intervalos de paso de 10 minutos, salvo las horas punta que eran de 6 minutos.

Tarifas vigentes entre los años 1929 y 1938 (en pesetas)
Trayectos
General
Obreros y militares
Festivos
Ida
Ida y vuelta
Ida
Ida y vuelta
Ida
Ida y vuelta
Del Paralelo al castillo
0,50
0,60
0,20
0,40
0,40
0,50
De Miramar al castillo
0,30
0,40
0,15
0,20
0,20
0,30
Del castillo al Paralelo
0,40
0,80
0,25
0,40
0,30
0,50
Del castillo a Miramar
0,20
0,40
0,15
0,20
0,15
0,30

Durante la Guerra Civil hubo un aumento temporal de las tarifas como medida cautelar y temporal para frenar el grave déficit empresarial.

Trayectos
General
Especial militar
Ida
Ida y vuelta
Ida
Ida y vuelta
Del Paralelo al castillo
0,80
1,20
0,25
0,50
De Miramar al castillo
0,50
0,70
0,20
0,40
Del castillo al Paralelo
0,60
1,20
0,25
0,50
Del castillo a Miramar
0,40
0,70
0,20
0,40
Abonos de 100 viajes para la 3a sección.....................17,50
Abonos de 50 viajes para la 2a y la 3a secciones.......12,50

A partir del 11 de febrero de 1941 se establecieron unas nuevas tarifas pero de manera transitoria mientras no se pudiesen normalizar debido a los graves problemas económicos derivados del conflicto bélico.

Trayectos
General
Especial militar
Ida
Ida y vuelta
Ida
Ida y vuelta
Del Paralelo al castillo
0,80
1,25
0,25
0,40
De Miramar al castillo
0,40
0,65
0,15
-
Del castillo al Paralelo
0,60
1,25
0,20
0,40
Del castillo a Miramar
0,30
0,65
0,15
-

Tras la adquisición el 7 de junio de 1972 por parte de la S.P.M. Ferrocarril Metropolitano de Barcelona, S.A., las tarifas evolucionaron tal y como se expresa en el siguiente cuadro hasta el cierre definitivo de la línea, el 12 de enero de 1981.

Evolución de las tarifas bajo explotación municipal (cifras en pesetas)
Billete
1972
1973
1974
1975
1976
1977
1978
1979
1980
1981
Ordinario laborables
8
8
10
10
10
10
10
10
15
20
Ordinario nocturno/festivos
10
10
12
12
12
12
12
15
20
25
Ida y vuelta laborables
10
10
12
12
12
12
12
15
20
35
Ida y vuelta nocturno/festivos
12
12
15
15
15
15
15
20
25
40
Especial militar
1
1
3
3
3
3
3
4
5
10
Abono mensual
-
-
-
-
-
-
-
100
125
-


Fotos: Archivo ACEMA, Archivo TMB y Archivo CUYÀS (Institut Cartogràfic i Geològic de Catalunya).